China se ha encontrado con un nuevo bache en su irrupción en el mercado mundial: la sospecha sobre la calidad y salubridad de sus productos.
Nueva Zelanda inicia una investigación sobre los componentes de los productos textiles fabricados en China. El régimen comunista denuncia una persecución política.
China se ha encontrado con un nuevo bache en su irrupción en el mercado mundial: la sospecha sobre la calidad y salubridad de sus productos. La polémica generada la semana pasada tras la retirada de unos juguetes Made in China en EEUU y Europa podría trasladarse ahora al sector textil.
Nueva Zelanda dio ayer el primer paso en este sentido, al anunciar una investigación sobre el uso de tóxicos en la fabricación de ropa para niños producida en China. El Gobierno neozelandés justificó la medida porque en algunos artículos se han detectado niveles hasta 900 veces superiores a los permitidos de un componente usado para garantizar el prensado de la ropa, pero que en altas cantidades puede producir sarpullidos y, en casos extremos, cáncer.
Sin embargo, según el régimen comunista chino se trata de una persecución política y una nueva manera de contrarrestar la competitividad en costes de las fábricas chinas. “Se trata de un nuevo tipo de proteccionismo que consiste en demonizar los productos chinos”, según Li Changjiang, jefe de la oficina de calidad china. Ante esta posición, recogida y amplificada por los principales distribuidores europeos, Peter Mandelson, comisario europeo de Comercio, tuvo que salir a dar explicaciones.
“No se trata de una cuestión política, ni comercial, sino de salud”, señaló, para después advertir de que “si alguien en China quiere crear el pretexto para tomar represalias, la Unión Europea responderá en los términos más contundentes”.
Inspecciones
Pero no se trata de la primera vez que se inician inspecciones sobre la calidad de los productos chinos y la legalidad de sus componentes. En 2005, la Agencia catalana de Consumo lanzó una campaña para comprobar el etiquetado y la composición de los artículos textiles procedentes de fuera de la UE, principalmente desde el gigante asiático, que terminó con el requisamiento de más de un millón de productos. Algo similar a sucedido en otras regiones, aunque, en la mayoría de las ocasiones, se ha tratado de operaciones a pequeña escala.
El mayor freno con el que se encontraron los productos chinos fueron las protestas del sector productos en la UE y en EEUU justo después de la liberalización del comercio textil el 1 de enero de 2005.
La llegada de toneladas de camisetas que se vendían a un euros, sujetadores a dos euros y pantalones a seis euros disparó las alarmas de los fabricantes occidentales. Por eso, ambos gobiernos tuvieron que pactar con el gigante asiático limitar durante tres años las importaciones, aunque en el caso europeo hubo que revisar el acuerdo sólo dos meses después de firmarlo, ya que 80 millones de prendas quedaron bloqueadas en los dársenas de los puertos comunitarios.
En el caso europeo, los límites acaban en diciembre de este año (en EEUU lo harán en diciembre de 2008), por lo que el Gobierno chino teme que se utilice el pretexto de la peligrosidad de algunos componentes empleados en las fábricas chinas para limitar, de nuevo, la llegada de un textil del que dependen cada vez más tiendas e, incluso, los grandes fabricantes de la UE. No obstante, el 30% del textil que se vende en Europa procede de las plantas chinas.
En defensa de sus intereses, China podría acudir a la Organización Mundial del Comercio, que prohibe limitar la entrada de un producto durante más de cuatro años consecutivos. La reclamación se basaría no sólo en la discriminación de sus productos, sino también en el coste que deben asumir las compañías para retirar los productos del mercado.
De ahí que desde la Comisión Europea se opte por cumplir lo firmado con el régimen comunista en septiembre de 2005 y permitir de nuevo la entrada libre de las importaciones textiles chinas desde enero de 2008.
RICARDO T. LUCAS
Expansion
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